El Arte que Tenemos…

Los maestros budistas recomiendan no emitir juicios, para ellos solo basta con el relato, con la relación entre eventos de un mismo tiempo y con la historia. Sin embargo, este ideal de comportamiento, no basta para enfrentarse a lo que acontece con el caso de las artes de hoy, en Cali.

Comenzaré con el proyecto del Museo Vial, que se exhibe como exposición de cuadros en una hermosa casa por la portada al mar. Se trata de una iniciativa de carácter privado, acogida al parecer por el gobierno municipal de Palmira y en la cual se planea realizar una exposición permanente de 20 vallas con obras de 20 artistas de la región, ubicadas en un recorrido de tres kilómetros a lado y lado de la carretera que conduce del aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón y la ciudad de Cali. Los realizadores del proyecto invitaron a los artistas de su galería y a algunas figuras destacadas de las artes. No sé exactamente a quienes, ni tengo en mi poder la lista original. Pero lo que si sé, es que la exposición carece de rigor en cuanto a la presentación, el montaje y la calidad de las obras. Una visita a la sede del evento me deja con serias dudas sobre si más de una de las obras merece ocupar un lugar en el espacio público. La verdad, no lo creo. Es muy delicado que se juegue con el espacio público de esta manera y que se altere el paisaje, no solo en lo físico sino también en lo mental, con un evento que tiene de por sí muchos desaciertos estructurales y sustanciales.

El primero sería su organización: No se tienen criterios claros sobre la calidad y condiciones del evento. No se tuvo en cuenta que no es lo mismo exhibir pinturas en las salas de una casa, en formatos pequeños y lo que es reproducirlas en una valla. Si es que se reproducen, con toda la disminución que esto implica en la calidad de las obras, porque no me van a decir ahora que es lo mismo un original que una reproducción ampliada ¿O no será mejor que cada artista planee su trabajo sobre este formato?

Como segundo punto tenemos la convocatoria. Si se desea resaltar los valores artísticos de una región, ¿quién tiene derecho de escoger a dedo y sin ningún tipo de criterio claro, a los representantes de la misma? Esto lo digo porque en la muestra hay trabajos que parecen ejecutados por aprendices regulares y otros que pertenecen a maestros consagrados en el pasado. ¿Quién dijo y por qué, que los convocados son los más destacados y representativos? Lo mejor del caso es que es el público (léase los cuatro gatos de siempre y los amigos de parranda de los artistas, quienes obviamente votarán por el que invita) es el que escogerá por «votación popular» lo que se va a exhibir. ¿Será este acto democrático el mecanismo ideal de selección? Este parece un claro fuera de lugar, una situación donde lo público y lo colectivo son decididos desde lo privado sin mucho tino. La mayoría de los artistas son pintores de tercera categoría con poco sentido del gusto y menos con sentido común. Las pinturas en su mayoría tienen, como común denominador, un color pobremente manejado y una técnica que deja mucho que desear. Hay un gran apego al cliché expresionista (ya han pasado casi cien años) y a un realismo academicista banal y fácil de digerir. Solo uno se salva, pero me reservo el nombre.

Correspondería a las entidades del estado o las organizaciones no gubernamentales realizar este tipo de proyectos, para evitar los manejos personalizados y arbitrarios de lo público. Sería el Ministerio de Cultura o las Gerencias Culturales del Departamento y los Municipios quienes lideraran este tipo de iniciativas. En el caso del Valle del Cauca, el Instituto Departamental de Bellas Artes, el Museo La Tertulia o el Museo Rayo (que ya tiene experiencia en este tipo de proyectos). Pero no. Ir hoy a cualquier entidad de las anteriormente citadas a presentar cualquier propuesta es como visitar a la llorona. «No hay presupuesto», «no tenemos recursos», «el gobierno no nos ha girado», son las respuestas más comunes. Pero tampoco ejercen una actividad fiscalizadora, se mantienen encerrados en sus cuatro paredes (algunos sin techo). El estado es nuevamente impotente e inoperante. Las propuestas tienen impactos muy bajos y generalmente carecen de objetivos claros. Por ejemplo, en el Museo La Tertulia hoy podemos sufrir la muy desafortunada exposición de Miguel Bohmer, un joven de corte sin pena ni gloria, que continua realizando las mismas pinturas. Bellas Artes no programa nada en sus salas de exposiciones. La gobernación cerró la Sala de Ciudades Confederadas, que tampoco cumplió un mejor papel. Valdría la pena realizar una evaluación real sobre la calidad de la gestión de estas entidades y su aporte significativo a las artes de la región.

Para completar el panorama, la crítica de arte brilla por su silencio o por su debilidad. Lo único que se ha leído al respeto es el Zoom, de Carlos Jiménez, que se preocupa más por el tráfico del sector y las velocidades de los automotores que por la calidad del evento y de las obras.

Vale la pena recordar las voces de indignación y oprobio en contra por las esculturas ejecutadas por el «maestro» Lombana hace unos años y aún situadas en los parques y avenidas de la ciudad. Todos los citados gritaron al cielo, rasgaron sus vestiduras y retumbó en el infierno, pero nadie hizo nada ni logró nada significativo, no hubo propuestas que llenaran el vacío ni que hicieran un contrapeso real. Hay que destacar, eso sí, que en la actual coyuntura, por lo menos existen iniciativas que, como la de los organizadores del Museo Vial, que proponen eventos de este tipo, dando trabajo y esperanza a un grupo de personas que tratan de vivir de lo que pueden hacer, que hacen parte de este medio, pero que han carecido de una buena formación y de oportunidades. Los demás no tienen derecho a hablar. Solo limítense a ver el resultado de su incompetencia.

 

Jonás Ballenero


publicado en: Ojotravieso